Hacer algo por primera vez
- Naiara Verdun
- 22 sept 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 23 sept 2022
Me pasa cuando bailo y cuando viajo. Siempre hay algo nuevo, quizás en un paso o en un lugar del mapa que ya hice y recorrí, pero como yo no soy la misma deviene en algo novedoso. También está aquello que sucede por primera vez por el cuerpo que me lleva a un nuevo mundo de posibilidades y perspectivas.
Puede sonar algo cliché o por qué no un poco idílico, pero esa energía vital que recorre nuestro cuerpo en manera de adrenalina, expectativas, y un montón de palabras más que pueden ser el camino de eso que recién comienza, es de lo más verdadero del mundo.
Viajar con una mochila por Argentina, mates con una ronda de personas desconocidas (previo al Covid), mirar un paisaje y enamorarte de los colores que solo la naturaleza puede lograr.

Un mate en la primera fila del teatro natural. Foto de Edgardo Spadoni.
Las listas son mi cable a tierra, las hago para todo.
Mi primer viaje en tren, muchas expectativas y otros caminos para ver la vida. Nunca hay un solo camino.
Un eclipse desde la calera en Bogotá, el cielo estaba especialmente despejado, se veían las constelaciones y todo parecía menos lejano.
Una gigante luna llena en Playa Blanca alumbraba nuestra habitación y agitaba un océano entero, los líquidos de mi cuerpo hacían piruetas cuádruples sin marearse.
Esa noche de lluvia en la que nos quedamos a dormir en la estación de Baños, jugando a un truco slow y riéndonos por las muecas de cada uno. Es lindo cuando las mentiras son un juego.
La primera vez que dormimos en la casa de una persona desconocida y todos los miedos se disiparon cuando la miramos a los ojos.
Subir a un escenario de niña por primera vez, deslumbrarse por una superficie más grande de lo que en realidad es, las luces como rayos y un gran sol en el centro. Mucha gente mirándote. El cuerpo que baila con toda una selva en la panza y que no te den ganas de bajarte.
Mi primera clase de danza como docente, un cuaderno deshojado, un CD con la música que había elegido especialmente, un amor sincero para transmitir lo que hierve a la sangre.
Un viaje en avión de cuarenta minutos, una ciudad de luces eternas que nos despedía con un colchón de cielo para amortiguar todo lo que faltaba de nuestro viaje.
El primer cuento que escribí en la primaria. Siempre más de dos, tres hojas A4, con letra ilegible y mucha ficción mezclada con misterio.
El volcán Tungurahua dio un gran show. Salía a escena luego de un tiempo sin bailar. Terminó de enamorarme por la noche cuando fuimos en plena aventura a verlo danzar bajo su manto de lava carmesí y yo me movía con sus acordes acoplándome a su pasión.
Soñar lo que hoy estoy viviendo.

Atardecer de un primer día en Manizales, Colombia. Cuentan que Neruda ha dicho que este sitio es una fábrica de atardeceres. Lo es. Foto de Leandro Barone.

Playa blanca, Colombia. La primera vez que acampamos al lado del Mar Caribe. El patio anterior.
Foto de Leandro Barone.

Parque de las aguas, Lima, Perú. Nuestra primera vez en un lugar así. Un cuento. Foto de Leandro Barone.
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